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Se enseña con el ejemplo

Actualizado: 2 feb 2019


He leído muchísimos libros, artículos o escuchado podcasts que hablan sobre el respeto, amor propio e inclusión para entender que siempre pude cambiar las situaciones de injusticia o de falta de respeto que veía normalmente pero dejaba pasar. Sé que gracias a este escalón que subí en el camino de la madurez (ehem) nunca podría volver atrás. Ahora entiendo de dónde vienen muchas cosas que hacemos o decimos con la intención de lastimar a alguien, pero ya no es una opción quedarme callada o no defender mis valores de otros opresivos. No más.


Esto viene de una situación con la que me topé el otro día en un evento hermoso de mi universidad en el que hasta sentías orgullo de pertenencia y de cultura, pero la persona detrás de mi sólo veía quejas, críticas y hasta comentarios denigrantes hacia las personas que daban todo de sí en el escenario y no le importaba ser escuchada por todos alrededor. Este último comentario que hizo fue específicamente enfocado en el físico y en el talento de la persona en el escenario y sentí una obligación de cambiar esa situación que nunca antes hubiera sido capaz de hacerlo. Su intención no era herir porque no lo dijo en la cara de la otra persona. Su intención era sacar un veneno que todos tenemos dentro y reflejarlo en algo que es bello, vulnerable o que nos causa una emoción que queremos oprimimir humillando al otro.


En ese mismo momento entendí de dónde venía su comentario. No es de la persona que está dando todo de sí, ni tampoco por cómo es físicamente. Cuando decimos comentarios denigrantes hacia otras personas tan libremente frente a otras, con la intención de ofender, de hacer nuestra opinión pública y de humillar, no vienen de nuestro intelecto ni conocimiento. Tampoco vienen de un corazón malo. Vienen de algo más adentro. Nuestra esencia. Vienen de un lugar en el que nos sentimos amenazados por el talento de otra persona, de su físico, de su madurez, etc. Vienen de un lugar de costumbre en intoxicarnos con pensamientos negativos o enfocados a la perfección, al grado de denigrarnos a nosotros mismos o a otros para sentirnos mejor. Vienen de un lugar que si no lo nutrimos y ponemos un alto, nos va a envenenar y es lo único que vamos a poder ver a nuestro alrededor: odio, repulsión, intolerancia, imposición. Y todo parte de un simple comentario que pasa desapercibido y va creciendo, alimentándose todos los días gracias a reacciones pasivas e indiferentes de los que escuchan.


Todos hemos sido esta persona, al igual que todos hemos dejado comentarios ofensivos, opresivos o denigrantes pasar desapercibidos porque pensamos que no son importantes, no nos afectan personalmente o nos da pena señalarlos. Pero también está en todos cambiarlo. Poner un alto. Defender lo que no se puede defender solo. Para mi, ya estuvo en quedarme callada por pena o por no pasar un momento incómodo. 

Me sentí mal por esa persona. Y no me refiero a la que estaba en el escenario (siempre van a hablar mal de nosotros y no debemos dejar que afecte nuestro estado de ánimo/experiencias). Me sentí mal por la persona que hizo esos comentarios porque no es capaz de ver la belleza que la rodeaba y de ser vulnerable al ser nublada por su egoísmo y presión.

No todas las veces vamos a poder decir algo cuando escuchemos algo fuera de lugar. Ya no es sabio meternos en donde no nos llaman. Pero cuando estemos con personas de confianza, nuestra familia, amigos o cuando nos cachemos criticando a alguien de esa forma, recuerda que está en ti el cambiar esa situación y que la realidad de las cosas es que a nadie le interesa escuchar opiniones a menos que te la pidan.

Ahora como maestra, esto me dejó reflexionando. ¿Estoy enseñando este tipo de valores? ¿En respetar el trabajo ajeno; en respetar los tiempos y procesos de otros; en no opacar al de enseguida porque nosotros no brillamos en lo nuestro; en ver el valor de todos? Espero que sí, pero esto no se enseña con palabras. Se enseña con ejemplos. Ya se lleva en uno. En este caso lo hice con el ejemplo en ese momento y ahora vengo aquí a hacerlo por la palabra porque no tengo remedio.

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erica dengel

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